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Prácticas adultistas en la crianza y participación de las niñeces en el hogar
Recibido: 18 de junio de 2024 • Enviado para modificaciones: 6 de septiembre de 2024 • Aceptado: 13 de diciembre de 2024
Poblete Almendras, M. J., Brito Olivares, V., Chandía Silva, C., Muñoz Riquelme, C. y Serrano Robles, J. (2025). Prácticas adultistas en la crianza y participación de las niñeces en el hogar. Revista Ocupación Humana, 25(1), 71-80. https://doi.org/10.25214/25907816.1767
Práticas de adultização na criação e participação de crianças em casa
Adultism in parenting and participation of children in the home
María José Poblete Almendras 1
Valeria Brito Olivares 2
Catalina Chandía Silva 3
Camila Muñoz Riquelme 4
Javiera Serrano Robles 4
1. Terapeuta Ocupacional. Magíster en Terapia Ocupacional, mención en Intervención Psicosocial. Docente, Universidad de Chile. Santiago de Chile, Chile.
mjpoblete@uchile.cl
https://orcid.org/0000-0002-6217-2268
2. Licenciada en Ciencias de la Ocupación. Terapeuta ocupacional. Santiago de Chile, Chile.
valeriabrito@ug.uchile.cl
https://orcid.org/0009-0009-4778-0239
3. Licenciada en Ciencias de la Ocupación. Terapeuta ocupacional. Santiago de Chile, Chile.
catalinachandia@ug.uchile.cl
https://orcid.org/0009-0009-4581-8133
4. Licenciada en Ciencias de la Ocupación. Terapeuta ocupacional. Hospital Doctor Roberto del Río. Santiago de Chile, Chile.
cmunozr@ug.uchile.cl
https://orcid.org/0009-0009-3052-0780
5. Licenciada en Ciencias de la Ocupación, Terapeuta ocupacional. Fundación Tu Mundo es Mi Mundo. Santiago de Chile, Chile.
javieraserrano@ug.uchile.cl
Resumen
El objetivo del artículo es tensionar las prácticas adultistas en la crianza y su relación con la participación en la niñez. El concepto de niñez es una construcción social, política y cultural que ha evolucionado con la historia. Tradicionalmente se ha visto como etapa preparatoria para la vida adulta, reflejando ideas de inferioridad y escaso valor social. En el hogar, las prácticas adultistas limitan la participación y la autonomía. Estas prácticas, que reflejan una visión adultocéntrica del mundo, pueden manifestarse de diversas formas, como la sobreprotección o la discriminación generacional. Para promover la participación de niños y niñas en el hogar, es necesario fomentar experiencias que les permitan desarrollar habilidades de decisión, autonomía y participación activa; sin embargo, en el contexto actual, estas oportunidades pueden ser limitadas. La participación de niñas y niños en el hogar y en la sociedad depende de la capacidad de las personas adultas para reconocer y respetar sus derechos, permitiéndoles desarrollar su agencia; esto requiere un cambio en las prácticas adultistas y una mayor conciencia sobre la importancia de involucrarles en la cotidianidad del hogar.
Palabras clave: crianza de los hijos, participación social, niñez, actividades cotidianas
Abstract
The aim of the article is to challenge adult-centric behaviors in parenting and their impact on childhood participation. The concept of childhood is a social, political, and cultural construct that has evolved throughout history. Traditionally, it has been viewed as a preparatory stage for adulthood, reflecting ideas of inferiority and low social value. At home, adult-centric practices limit children’s participation and autonomy. These practices, reflecting an adult-centered worldview, may manifest as overprotection or generational discrimination. To foster children’s participation at home, it is essential to encourage experiences that help develop decision-making skills, autonomy, and active engagement. However, in today’s context, such opportunities may be scarce. Children’s participation at home and in society depends on adults’ ability to recognize and respect their rights, enabling them to develop agency. Achieving this requires changes in adult-centric behaviors and greater awareness of the importance of involving children in daily family life.
Keywords: parenting, social participation, childhood, daily activities
Resumo
O objetivo do artigo é questionar as práticas de adultização na criação de filhos e sua relação com a participação na infância. O conceito de infância é uma construção social, política e cultural que evoluiu ao longo da história. Tradicionalmente, tem sido visto como uma etapa preparatória para a vida adulta, refletindo ideias de inferioridade e baixo valor social. No ambiente doméstico, as práticas de adultização limitam a participação e a autonomia das crianças. Essas práticas, que refletem uma visão de mundo centrada no adulto, podem se manifestar de diferentes formas, como superproteção ou discriminação geracional. Para promover a participação das crianças em casa, é necessário fomentar experiências que as ajudem a desenvolver habilidades de tomada de decisão, autonomia e envolvimento ativo. Contudo, no contexto atual, essas oportunidades podem ser escassas. A participação das crianças no lar e na sociedade depende da capacidade dos adultos de reconhecer e respeitar seus direitos, permitindo que desenvolvam sua autonomia. Isso requer uma mudança nas práticas de adultização e uma maior conscientização sobre a importância de envolvê-las na vida cotidiana do lar.
Palavras-chave: parentalidade, participação social, infância, atividades diárias
Poblete Almendras, M. J., Brito Olivares, V., Chandía Silva, C., Muñoz Riquelme, C. y Serrano Robles, J.
Introducción
El concepto de niñez tiene un carácter social, político y cultural, es decir, es una construcción que se ha ido modificando con el paso de la historia, de modo que esta etapa se vive, se experimenta y se comprende de diferentes formas, dependiendo de tales contextos (García y Gallego, 2011). Las diversas representaciones sociales sobre la niñez guían y norman las relaciones interpersonales y la forma en la que se entabla la comunicación con niñas y niños. Así, el concepto se puede comprender más allá de un grupo de personas coetáneas o que tienen actitudes similares, considerando las miradas sociopolíticas y culturales que sobre ellas se tienen, lo cual alude a la existencia de una serie de imágenes que forman parte del mapa cognitivo que se comparte colectivamente (Mendoza y Ferrer, 2015).
Las perspectivas tradicionales consideran a la niñez como una fase preparatoria para la vida adulta o, en su defecto, como seres que llegarán a ser, pero aún no son. De hecho, la vocablo infancia, etimológicamente, “proviene del latín in-fandus, que significa no habla o que no es legítimo para tener la palabra” (Pavez, 2012a, p. 82), lo que refuerza la idea de inferioridad y de escaso valor social.
Históricamente, la referencia a la niñez se ha hecho desde el discurso de personas adultas que han dado pocas oportunidades para que los sentires y experiencias de niñas y niños sean escuchados, buscando proteger a quienes dicen representar (Gómez, 2019), bajo la noción de que necesitan ser guiados y educados para poder insertarse en el sistema de producción y consumo.
En las primeras concepciones que se tuvieron sobre la niñez, se trataba de pequeños adultos o adultos en miniatura (Norambuena, 2016). Por esta razón, ni siquiera se les consideraba un grupo con particularidades, sino que se les asociaba a personas adultas. Es más, no se resguardaba su integridad, de manera que eran habituales el abandono, los malos tratos, las agresiones físicas e, incluso, el infanticidio (Oliveira y Pais, 2014). Con el pasar de los siglos, surgieron otras nociones, algunas de las cuales se han mantenido en el tiempo, como que son indefensos, ingenuos, moldeables, incompletos, u otras que les consideran como propiedad de los padres o primitivos (Jaramillo, 2007).
Las nuevas sociologías de la infancia buscan reconfigurar este concepto clásico que ve a las niñas y los niños como seres dependientes e inmaduros, llevándolo hacia una perspectiva que, además de deconstruir las barreras que imponen las personas adultas, proporcione soluciones frente a distintas problemáticas que les afectan y les sitúe en dinámicas que se autosustenten. Es decir, apuntan a que su bienestar se halle en ellos y ellas mismas, reconociéndoles como sujetos con carácter crítico ante sus intereses, como seres que construyen sus subjetividades, capaces de decidir sobre lo que quieren o necesitan (Lay-Lisboa et al., 2021; Pavez, 2012a).
En línea con lo anterior, a lo largo de este artículo se optará por emplear el término niñeces, debido a la connotación adultocentrista que aún conlleva el concepto de infancia; además, se utiliza en plural, para reflejar la diversidad de realidades que existen en la niñez. Al hablar de niñeces se pretende reconocer la importancia de las dimensiones históricas e identitarias en su construcción, además de producir una ruptura discursiva con el lenguaje hegemónico, binario y androcéntrico.
El derecho de las niñeces a acceder a ambientes que les potencien permite que se les comprenda de tres formas que se interrelacionan: como una etapa en la que reciben estímulos e información y se viven experiencias útiles para enfrentarse a etapas consecutivas; en la que se comparten experiencias con sus pares; y donde pueden transmitir al resto de la sociedad, a través de sus espacios de participación, sus propios significados y aprendizajes (Chacón y Jerry, 2015). Es decir, las niñeces aprenden del entorno y el entorno debería aprender también de ellas, siendo los espacios de socialización los que les permiten desarrollar sus emociones, comprender sus sentimientos y entablar relaciones afectivas (Mendoza y Ferrer, 2015).
A pesar de que existen aproximaciones teóricas sobre las niñeces como sujetos de derechos, con capacidad de decisión y autonomía, en la actualidad se mantienen barreras estructurales en la comprensión de este grupo, que limitan sus oportunidades de participación. La visión adultocéntrica, que jerarquiza una superioridad de la adultez con relación a las niñeces, emerge de otros sistemas que producen condiciones de pluridominio en nuestras sociedades, ligados a conflictos de clase y condiciones de género (Duarte, 2016).
Es importante tener presente que el sistema productivista está ligado al mundo de la adultez. El modelo se sustenta, por un lado, en el trabajo de las personas adultas, por otro, en la capacitación de las niñeces para que posteriormente se incorporen a este campo laboral (Cordero, 2015). La escuela surge entonces como un espacio para formar, en conjunto con las personas que crían, a estos seres incompletos que deben aprender a ser productivos, agentes que se transforman en perpetuadores del capitalismo, al reproducir una y otra vez este modelo (Benente, 2017).
Por otro lado, en una sociedad de rendimiento y consumo, se subjetiva el deseo debido a la interacción entre relaciones de poder-ser/poder-hacer y los sentidos y significados que de estas surgen (Uribe et al., 2011). Esto hace que se generen ciertas necesidades o estilos de vida que, incluso, no se desean ni se quieren, produciendo un espacio en el que se integra a las niñeces como público consumidor, generadores de consumo o sujetos de mercado. En este contexto se promueven figuras, eventos o festividades como la Navidad, el ingreso al colegio, el Día de la Niñez, el Conejo de Pascua, Halloween, etc., que fomentan el consumo desde temprana edad. Este sistema es acompañado y fomentado por los medios de comunicación masiva, que contribuyen a configurar sistemáticamente la subjetividad individual y colectiva de las niñeces, moldeándolas para incorporarse rápidamente al consumo (Espinosa, 2013).
Ahora bien, las niñeces se desarrollan, aprenden y crecen en el escenario de la vida cotidiana, entendida como “la vida de todos y cada uno de los días, organizada en la distribución del tiempo, en las repeticiones, en las excepciones, en los gestos, en las acciones, en lo conocido, etc., en una relación recíproca con la historia” (Farías y Lopes, 2022, p. 5, traducción propia). Y aunque se desenvuelven en distintos contextos cotidianamente, suelen ser excluidas del debate y de la acción pública, siendo condicionadas a las reflexiones de la “privacidad familiar”, de la “privacidad de la casa” (Zuluaga, 2003, p. 87). En este sentido, cabe mencionar que existe una concepción instalada en el imaginario social según la cual las niñeces están supeditadas a la vida privada de sus hogares, lo que refuerza la idea de que son propiedad de sus padres (Lugo, 2017). Fraser (1997) refiere que, en una economía de mercado, la familia es todo aquello relativo a la vida privada, lo cual se relaciona con la vida doméstica, íntima o personal. La familia puede ser una oportunidad para desarrollar conciencia crítica de sí mismo y del entorno, o bien contribuir a generar sujetos funcionales al sistema, a partir de prácticas adultistas.
El concepto de adultismo se refiere a un tipo de discriminación por edad ejercida por parte de personas adultas hacia las niñeces. En la vida cotidiana, el adultismo se materializa en prácticas adultistas en las cuales se establecen relaciones intergeneracionales de poder (Morales, 2024).
El objetivo de este artículo es tensionar las prácticas adultistas que tienen lugar en el contexto del hogar y su relación con la participación en la niñez. Esto con el propósito de desnaturalizar las prácticas cotidianas que se reproducen en la interrelación con las niñeces y sostienen condiciones sociales de existencia segregadoras de cualquier forma de participación y expresión. Para ello, el texto se desarrolla a partir de un análisis conceptual crítico que reflexiona sobre cómo el adultocentrismo se encarna en la cotidianidad de las dinámicas familiares y de los estilos de crianza, aportando puntos clave para el abordaje desde Terapia Ocupacional.
Crianza y vida cotidiana en el hogar
Según Gallego (2011), la familia ha sido el principal contexto responsable de la crianza, aunque más allá de esa responsabilidad, es y ha sido el lugar primero en donde se contribuye al desarrollo del carácter, la personalidad y la autonomía de las niñeces, así como de diferentes habilidades comunicativas, sociales y de razonamiento. Entonces, las personas que crían se configuran como principales agentes de socialización, encargadas de brindar las bases emocionales para que estas adquieran habilidades y competencias para desenvolverse en la sociedad y afrontar las diversas situaciones que se pueden presentar en el día a día, desde lo aprendido en el contexto hogar (Gallego et al., 2019).
El hogar es el espacio físico donde se desenvuelve la vida cotidiana de las personas que componen la familia; sin embargo, también comprende otras dimensiones, pues se asocia con un conjunto de características culturales, demográficas y psicológicas (Gifford, 2007). Así, Fernández (1991) menciona que a este espacio físico se le atribuye un significado ligado a la intimidad, el cual convoca una apertura al mundo propio o interno, a propósito de la habitación como espacio personal; pero también es el lugar donde, con frecuencia, se da cabida a la interacción social, formándose una interrelación entre individuo y mundo exterior. Al respecto, Sixsmith (1990) discute que el hogar brinda tres tipos de experiencias subjetivas para una persona: personal, social y físico. Lo personal corresponde al espacio íntimo que aclama soledad; lo social hace referencia a la interacción de la vida familiar, lo físico es el hogar como ambiente seguro que brinda protección. Nina (2006), entre tanto, propone que la vida cotidiana del hogar se categoriza en: tareas domésticas; relaciones cuidadores-hijos; y uso del espacio.
De esta manera, la vida cotidiana en el hogar agrupa elementos físicos, culturales, emocionales y simbólicos que constituyen una base fundamental para la identidad y la participación social, ya que representan el sentido de pertenencia a un espacio y entorno cotidiano determinado, pertenencia que, de establecerse, impulsa a las personas a explorar nuevos espacios sociales. Cabe destacar que esta identidad es dinámica y continua, ya que está sujeta a cambios en las relaciones sociales, es producto de procesos históricos como la transculturación y la socialización, y se unifica con la cultura actual de un determinado tiempo y espacio (Uribe, 2014).
Si la responsabilidad del clima familiar y del estilo de la crianza recae en las personas adultas, ¿cómo es la cotidianidad de estas personas?, ¿qué tan factible es que se hagan cargo de ello? Estudios multicéntricos muestran que la crianza chilena, en particular, está basada en el control, el castigo, el grito, en el no dejar expresar las emociones, en la imposición del poder por sobre la conversación, en la ausencia de tiempo de juego y de contención en los momentos de estrés de las niñeces (Krassner et al., 2017). Esto explicaría las limitadas oportunidades para interactuar en actividades que faciliten la comunicación al interior del hogar. El imperativo de rendimiento, característico del sistema dominante, fuerza a madres y padres a aportar cada vez más rendimientos (Araujo y Martuccelli, 2012), lo que hace imposible alcanzar un punto de gratificación y realización.
En tanto, respecto a las tareas domésticas, su distribución, por lo general, no es equitativa. Se impone una carga más alta sobre las mujeres, quienes se encargan de la limpieza, las labores de cuidado del hogar y de los otros (Nina, 2006), y asumen la mayor parte de la responsabilidad en el cuidado de hijos e hijas, lo que reproduce y perpetúa desigualdades de género en la sociedad (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia - Unicef, 2021). Esta sobrecarga también podría significar restricciones para generar un clima familiar que entregue a las niñeces herramientas para la socialización.
Adultocentrismo y prácticas adultistas en el hogar
Como se ha mencionado, en cada momento histórico y lugar se muestran diferentes expresiones y conceptualizaciones alrededor del fenómeno de la niñez (Pavez, 2012b); una de las cosmovisiones dominantes al respecto ha sido el adultocentrismo. Según Duarte (2012), históricamente este concepto se ha definido desde una perspectiva adultocéntrica que concibe las sociedades occidentales a partir de “clases de edad” que posicionan “los modos de relación que establecen, las decisiones que toman y el control que de ellas pueden tener (poder/autonomía), y los criterios desde los que sostienen sus prácticas, discursos e imaginarios (habitus)” (p. 103).
Desde lógicas adultocéntricas, se considera a las niñeces como receptoras pasivas del orden social (Pavez, 2012a), lo que en la vida cotidiana se materializa y encarna en prácticas adultistas. Ampliando el concepto de adultismo, Bell (1995) lo define a partir de conductas y actitudes en las que las personas adultas se sitúan en una posición de superioridad con respecto a la niñez y pueden pasar por alto su consentimiento; de manera que es posible establecer una relación entre adultismo y discriminaciones etarias o edadismo (Rodríguez-Pascual, 2020). LeFrançois (2014) aporta a estas concepciones al integrar todas las formas de paternalismo dentro de la esfera de discriminaciones adultistas, incluyendo violencias, abusos, mecanismos de control social e, incluso, la opresión sistémica; en un inicio se valora desde la experiencia individual, pero posteriormente se utiliza como fundamento para respaldar las vulneraciones sistemáticas o colectivas (Carrasco-Hierro y Rodríguez-Pascual, 2020).
Tales desigualdades se dan, según Liebel (2013), debido a que las sociedades, por una parte, están desensibilizadas ante las prácticas adultistas y, por otra, no reconocen que la edad es un motivo de vulneración. Es así como las prácticas adultistas tienen lugar en contextos de crianza, cotidianidad permeada por el estilo de vida laboral altamente intenso, agotador y estresante de quienes crían, propio de la sociedad moderna. Esto obliga a las niñeces a adaptarse a lo que el mundo adulto necesita de acuerdo con ese estilo de vida (Lecannelier, 2016).
Basándonos en tres de las cuatro categorizaciones descritas por Liebel (citadas por Carrasco-Hierro y Rodríguez-Pascual, 2020), ejemplificamos y describimos las prácticas adultistas que se podrían generar en el hogar, como principal espacio de crianza:
Prácticas adultistas por conducta no deseada. Se refieren a reacciones autoritarias o de represión de las personas adultas ante comportamientos o actitudes de las niñeces que les desagradan o molestan, a pesar de ser esperables para la etapa de desarrollo en que estas se encuentran; como cuando se paran de la mesa a la hora de comer y esto es interpretado por las personas adultas como una muestra de mala educación.
Prácticas adultistas por protección. Se dan bajo la noción de que las niñeces son seres de cuidado, es decir, que tienen que ser protegidas constantemente, siempre vigiladas para evitar riesgos. Un ejemplo de esto sería obligar a comer todos los alimentos que se encuentren en el plato bajo la mirada de que es por su salud y bienestar, sin considerar la sensación de saciedad.
Prácticas adultistas por discriminación generacional. Entendidas como las acciones que las personas adultas obligan a las niñeces a realizar bajo la lógica de que son ellas quienes tienen la razón, que lo que les están pidiendo hacer es lo correcto y que es la única forma de hacerlo. Un ejemplo de esto es decidir por ellas qué ropa utilizarán, limitando un espacio de decisión y de participación en la acción de vestirse.
Así, comprenderemos las prácticas adultistas como relaciones de dominación-opresión y discriminación que, por lo general, permanecen invisibilizadas, aun cuando están presentes en los múltiples espacios de participación y socialización de las niñeces (Norambuena, 2016). Igualmente, se suele ignorar el daño y la manera en la que estas prácticas les afectan; Checkoway y Richards-Schuster (s.f.) refieren que cuando las niñeces interiorizan estas prácticas pueden llegar a dudar de su propia legitimidad y cuestionar su capacidad para producir cambios en sí mismas, lo que contribuye a que no socialicen entre sí.
Los distintos métodos de crianza pueden ser facilitadores u obstaculizadores para potenciar el desarrollo de habilidades como la elección, la decisión, la autonomía y la participación. Existen, por un lado, prácticas que permiten el razonamiento y el desarrollo de conciencia crítica de sí mismo y del entorno; por otro, las que comprenderemos como prácticas adultistas, que pueden llegar a limitar estas capacidades, ya que en ellas las personas adultas substituyen a las niñeces en su voluntad y en la toma de decisiones.
Participación de las niñeces en el contexto del hogar
Los distintos estilos de crianza, es decir, las maneras de ser, actuar o reaccionar frente a las situaciones cotidianas que se dan en el contexto hogar-crianza, impactan en los niveles de autonomía y el desarrollo de la capacidad participativa de las niñeces. La participación en la niñez podemos comprenderla como una metodología para favorecer el crecimiento personal y la construcción de una comunidad (Novella et al., 2015).
Cuando las personas adultas toman todas las decisiones, pasan a negar los derechos de las niñeces, les privan de oportunidades de elegir y, con ello, afectan negativamente sus vidas y su autonomía (Norambuena, 2016). En efecto, se les enseña a subordinarse y ser obedientes sin importar las exigencias del contexto, sin cuestionarse si están siendo objeto de formas de relacionamiento abusivas. Entonces, criar bajo la subordinación implica que las niñeces se habitúen solo a obedecer, no a entender las razones de las reglas que se establecen en casa o a manifestar su punto de vista en torno a situaciones que les involucran y les resultan problemáticas.
Por tanto, es necesario promover experiencias que permitan a las niñeces aprender a participar, justamente participando de su entorno más cercano, ya que este constituye el ambiente sobre el que tienen información suficiente que les permitirá opinar y actuar (Novella et al., 2015). Es necesario tener en cuenta, no obstante, que cuando los modos de vida y la cultura centrada en el ritmo de vida adulto limitan los espacios de comunicación, es difícil establecer lazos de confianza que lleven a las personas adultas a confiar en el aprendizaje y las capacidades de sus hijas e hijos y, de esta forma, les den oportunidades de involucrarse en actividades cotidianas en el hogar.
Según Nina (2006), los principales valores que los padres y las madres tratan de transmitir a sus hijos e hijas son una buena educación, el sentido de responsabilidad, la higiene, la tolerancia y el respeto a las personas. De esta forma, las tareas domésticas que las niñeces por lo general realizan están orientadas a estas áreas; sus ocupaciones en el hogar suelen ser estudiar, asearse, limpiar y mantener ordenadas sus pertenencias. Entonces, dentro de los principales roles de padres y madres estaría el de potenciar las oportunidades que permitan a las niñeces utilizar sus habilidades y recursos (Norambuena, 2026) para involucrarse en esas y otras actividades cotidianas, favoreciendo la autodeterminación y la elección (Whiteford et al., 2017).
En este sentido, la Terapia Ocupacional, a través de la lente de las ocupaciones, las rutinas y los rituales familiares (Sethi, 2023), puede favorecer estilos de crianza que posibiliten formas alternativas de vivir, sentir y actuar, y en los que se cuestionen y replanteen valores y creencias adultistas naturalizadas por las madres y los padres, multiplicando las formas de asumir los diferentes roles (Anderson et al., 2015). De esta manera, podemos facilitar la conciencia sobre la dinámica de la hegemonía y el reconocimiento de que las prácticas dominantes que se sustentan en lo que la gente hace todos los días tienen consecuencias para la salud personal y colectiva (Ramugondo, 2021), en este caso, tanto para los padres y las madres como para sus hijos e hijas.
Reflexiones finales
Aún resulta lejano pensar a las niñeces como participantes sociales, pareciera que en el imaginario que tenemos como personas adultas, sus formas de expresión amenazaran el orden social. Invisibilizar y con esto restringir las oportunidades de participación imposibilita que las niñeces se perciban como agentes sociales.
La participación de las niñeces en los primeros años de vida depende de que quienes cuidan de ellas se constituyan en una base segura para explorar el mundo, conocer y aprender. Si en la vida cotidiana en el hogar se posibilita la comprensión de sus sentires y se les brinda la seguridad necesaria para generar pertenencia a ese contexto, se les escucha con atención a pesar de tener ritmos distintos, se toma en cuenta su opinión, se confía en sus habilidades, se les brinda la oportunidad de contribuir a la organización de las actividades cotidianas, se les está otorgando una seguridad básica para explorar e interrelacionarse en nuevos espacios, para percibirse como sujetos de derechos con injerencia en sus entornos inmediatos, para visualizar su capacidad de agencia en esos otros contextos que no resultan tan familiares como el del hogar.
En la actualidad, los tiempos, espacios y la fragilidad de los lazos restringen las posibilidades de una crianza consciente, transformadora, favorecedora del pensamiento crítico de las niñeces y de su participación en el hogar y en la sociedad. Este escenario adultocentrista, patriarcal y neoliberal limita las posibilidades de establecer vínculos que se constituyan en un soporte social para quienes crían. Por esto, acompañarles resulta una tarea fundamental cuando se habla de participación en la niñez, pensar la crianza como una responsabilidad colectiva para que madres y padres tengan un sostén ante la tan cuestionada labor de criar. En este sentido, la Terapia Ocupacional puede contribuir, por un lado, desde su rol de articuladora social, sensibilizando sobre los cambios cotidianos que se generan en el proceso de crianza; por otro, acompañando a las familias a satisfacer las necesidades de sus hijos e hijas en cada etapa de su desarrollo.
Contribución en la autoría: Todas las autoras participaron en la conceptualización y diseño del estudio, la recolección y análisis de información y la redacción del manuscrito. Todas aprobaron la versión final del artículo. María José Poblete Almendras supervisó el proyecto y proporcionó los recursos necesarios para su desarrollo.
Poblete Almendras, M. J., Brito Olivares, V., Chandía Silva, C., Muñoz Riquelme, C. y Serrano Robles, J.
Poblete Almendras, M. J., Brito Olivares, V., Chandía Silva, C., Muñoz Riquelme, C. y Serrano Robles, J.
Poblete Almendras, M. J., Brito Olivares, V., Chandía Silva, C., Muñoz Riquelme, C. y Serrano Robles, J.
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Referencias